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Aquel Dios cercano - Entrevista a Rubén Smith, S.J.

Updated: Sep 6, 2023


Entrevista a Rubén Smith, S.J., 32 años, oriundo de Monterrey, Nuevo León. Actualmente se encuentra estudiando filosofía. La entrevista ha sido ligeramente editada para acoplarse más al formato escrito.


¿Qué hacías antes de entrar en la Compañía de Jesús?


Antes de ser jesuita yo estudié Medicina, terminé la carrera, soy médico, eso hacía. También, antes de entrar tenía una vida parroquial activa. Me gustaba estar en los grupos parroquiales, en los grupos de misiones, en la Pastoral juvenil y en eso a mí me encantaba estar también.


Estaba en la parroquia de San Juan Bosco. Entonces, dentro de la Pastoral Juvenil, nosotros planteamos la espiritualidad salesiana. Pero cuando la parroquia se fundó, no había salesianos que pudieran tomar la parroquia. Entonces la parroquia es una parroquia diocesana. Y yo, desde morro, desde los siete años fui monaguillo. Entonces he tenido vida parroquial, diocesana. Con ellos me formé.


Ahí estuve en los grupos parroquiales, pero como el patrono era San Juan Bosco, y además se cumplían 200 años de su natalicio, dentro de la pastoral juvenil quisimos orientarnos o investigar sobre la espiritualidad salesiana y es algo que me que me gusta mucho también. La verdad es que su vida era una vida muy atractiva, muy cercana a los jóvenes, donde el valor de la alegría es sumamente importante. Entonces era un personaje muy atractivo.



¿Cómo fue ese click con la Compañía de Jesús, la espiritualidad ignaciana y qué te llamó de eso?


Pues yo estudié medicina y creo que desde mi ser estudiante de medicina como que no me sentía tan identificado con el resto de mis compañeros que estudiaban medicina, por el tiempo que inviertes, ¿no? Hay una frase que luego se hizo canción de Pedro Arrupe de: ve en qué inviertes tu tiempo, qué te apasiona y qué te gusta hacer.


Entonces el resto de mis compañeros se la pasaban en grupo, en actividades extracurriculares relevantes a medicina, en grupos de investigación, etcétera Y yo, que sí, todo mi tiempo libre se lo dedicaba a la vida parroquial. Me gustaba mucho estar ahí, pero nunca me vi, o sea, vocacionalmente no me sentía atraído hacia la vida diocesana y tampoco la vida salesiana. Y ya ahorita lo veo en retrospectiva, es como cuando uno se enamora, o sea, en realidad no sabe porque siente atracción a unas cosas y hacia otras no, pero a la vida diocesana yo nunca me vi, al sacerdocio diocesano nunca me vi atraído hacia eso.


Sin embargo, yo fui encontrando otras cosas en mi vida que me apasionaban o que me empezaron a inquietar. Más bien era la cuestión social, la cuestión de la injusticia social y la desigualdad. Eran temas que empezaron a aparecer en mi vida y yo no sabía cómo responder. Ante eso se me hacía una realidad que me sobrepasaba y que en mi carrera yo encontraba dificultades de cómo aplicar eso, ¿no?


De pronto yo empecé a cuestionar cómo desde mi ser médico puedo yo contribuir a la lucha por la justicia, a cómo contribuir a estos temas. Entonces empecé a entrar en una crisis de no saber cómo orientar mi vida hacia eso. Y en medio de esta crisis, pues conozco… en Monterrey casi no hay jesuitas. Entonces casi siempre uno conoce a los jesuitas por el amigo de un amigo. Entonces también, un profesor de la Facultad de Medicina estudió con ellos una Maestría en Desarrollo Humano, y a través de él fue que conocí a los jesuitas.


Conozco a un jesuita que se llama Javier Conde, que… lo primero que conozco de un jesuita es su manera de dar misa. Entonces, para mí, que vengo de una parroquia sana o de vida sana, tener una misa muy cercana con este jesuita que conocí, a mí me hizo sentir muchísimas cosas.


Es que se nos ha enseñado a cumplir con las misas, pero a disfrutar y vivir las misas es algo que me movió mucho el corazón. Entonces después me empecé a acercar a talleres de Desarrollo Humano con él.


Yo no había conocido religiosos, religiosas. Sí sabía que existían, pero nunca había convivido cercanamente con algún religioso o religiosa que no fuese diocesano y para mí fue novedoso ver a un cura que no se dedicara a hacer párroco nada más o a administrar una parroquia, sino que se dedicara a otras cosas. Entonces fue algo que se me hizo muy atractivo.


Y la dimensión social de los jesuitas la conocí hasta después. Lo primero que conocí de los jesuitas fue su manera de acercarme a Dios, de acercarme a Jesús, de mostrarme a un Jesús con el que yo me pudiera sentir mucho más identificado. Eso fue lo primero que me atrajo. Ya después, con esta crisis de que yo no me veía igual que mis compañeros médicos, fue que empecé a plantearme sobre mi propia vocación, si en realidad era ser médico, algo a lo que Dios me estaba llamando, o si me estaba llamando otra cosa.


Entonces pues bueno, dentro de la Compañía Jesús se me presentó como una opción en donde yo podía no votar mi carrera nada más. O sea, como religioso podía aplicar algo de lo que de lo que aprendí en la carrera y al mismo tiempo podía dedicarme a cosas de iglesia y al mismo tiempo podía estar vinculado en temas sociales. Y eso fue lo que me llamó la atención de la Compañía.



¿Y ya cuando iniciaste el proceso de discernimiento vocacional en la Compañía, qué miedos tenías al pensar entrar en la Compañía?


Pues yo creo que desprenderme de todo lo conocido. Yo no conocía muchas cosas más allá de Monterrey. O sea, ser jesuita implicaba salir de mi ciudad, salir de de todo lo que yo conozco, de mis amistades, de mi familia.


Entonces, de pronto, mi vida, si yo decidía ser jesuita, iba a entrar en una incertidumbre porque no sabía bien que me iba a deparar si me iba de jesuita, entonces, pues el miedo era ese: ¿qué iba a ser de mí y que sería de los míos?, ¿qué va a ser de mi familia? Entonces entrar en la incertidumbre era lo que yo creo que más me daba miedo en su momento y que sigue presente. Yo creo que siendo jesuita siempre hay cierta incertidumbre de lo que le va a pasar a uno y de cómo van a estar las personas a las que uno quiere, ¿no? Implica todavía abandonar el terreno conocido y aventarse a otras cosas. Entonces, yo creo que eso ha sido lo que me ha costado un poco de miedo en el camino.


¿En qué lugares has estado destinado en la Compañía?


Cuando entré a la compañía, pues lo primero que me atrajo fue la espiritualidad. Y ya estando de prenovicio, para discernir el lugar en el que yo quería estar, yo quería explorar la dimensión social de la Compañía de Jesús, que de alguna manera para allá apunta la espiritualidad.


Entonces me llamaron mucho la atención las misiones indígenas. Yo de estudiante me iba de brigadas médicas con algunos compañeros médicos de Chiapas, entonces conocía Chiapas, pero como brigadista no tanto como cuestiones pastorales, entonces me llamaba mucho la atención y yo quería irme para allá. Yo quería explorar qué era eso de ser misionero y pues fui a Chiapas a una misión, a la misión de la Santísima Trinidad.


La comunidad jesuita está ubicada en una comunidad, en un pueblo que se llama La Arena. Entonces, pues, la misión es conocida como la Misión de la Arena, pero le llaman Santísima Trinidad, en parte porque atiende a tres pueblos indígenas: al pueblo chol, al pueblo central y al pueblo zoque.


Entonces, esa primera experiencia de prenovicio, de conocer a la Compañía de Jesús en esta dimensión misionera, pues para mí fue muy enriquecedora porque empezaba a conocer unas culturas distintas a las mías, una lengua distinta a la mía, donde se vive la fe y la espiritualidad de manera distinta.


Ahí aprendí muchísimas cosas de las cosas, de esa primera experiencia: a relacionarme con Dios de una manera más auténtica, más personal; de encontrarme a Dios en la naturaleza, de encontrarme con la gente con la que uno camina y trabaja. Entonces yo fui buscando ser misionero allá en Chiapas, y creo que el mayor aprendizaje que me aportaron los pueblos indígenas fue a relacionarme con Dios, que se encuentra de una manera muy cercana.


Y bueno, luego estuve en Chalco. Chalco es una parroquia en las periferias del Estado de México, a las afueras de la Ciudad de México y en una comunidad. Con muchísima gente, una comunidad muy empobrecida. Se puede hacer una primera distinción entre la pobreza en la que me ha tocado vivir en Chiapas, en las comunidades indígenas… yo la podría decir como más llevadera, porque hay un sentido comunitario en donde uno no se muere de hambre, pues porque ahí la gente trabaja en el campo, hay comida, aunque quizás no existan condiciones materiales. Pero la pobreza que yo experimenté en Chalco, la pobreza que vi que vive la gente, es una pobreza muchísimo más angustiante. La pobreza de ciudad es gente que trabaja dos jornadas o más y llega tronada a la casa solamente a dormir y luego se despierta y vuelve a trabajar. Es un ritmo de vida que termina por consumir a las personas. Es una cuestión muy angustiante.


En Chiapas, como médico, yo no tenía oportunidades de consultar tradicionalmente porque no tenía medicinas para recetar. Entonces en Chiapas yo acompañé a un grupo de mujeres que se dedicaban a la selva alternativa, y mientras ellas hacían sus medicinas de pronto también me pedían ayuda para dar algunos temas. Entonces hablaba de la diabetes o de la hipertensión, hablaba de esas cosas, porque eso era lo que me pedían.


En Chalco, ya estaba más cercano a la ciudad, entonces sí había oportunidad de consultar. También acompañaba a un grupo de mujeres que se dedicaban a la medicina alternativa y pues bueno, cuando estábamos juntos y ellas indicaban algunas cosas, yo también indicaba algunas otras cosas y se hacía como un trabajo en conjunto muy bonito.


Entonces estaba ahí, en Chiapas, en Chalco. Luego, entré al noviciado, que es como la primera etapa formal de los jesuitas. Ahí acompañamos a unas rancherías, unas comunidades, y ahí era un ambiente mucho más pastoral de celebrar cada sábado, hacer celebraciones de la Palabra, acompañar a las familias, escuchar muchísimas historias y acompañarlos.


Ahora en filosofía, pues también me envían, lo cual agradezco mucho. Me enviaron a una comunidad en Guadalajara en donde un 40% de la población ahí en la colonia son purépechas. Entonces sigo cercano a los pueblos indígenas, sigo cercano a familias y a comunidades empobrecidas y eso la verdad es que me ha llenado mucho el corazón, porque es algo que también me atrae mucho, y que me atrajo mucho de la Compañía de Jesús.


¿Cuál es el hilo conductor que va atravesando y uniendo estos deseos de estar con los pobres, indígenas, en las ciudades, qué es lo que reúne todo esto y te ayuda a vivir tu vocación?


Para mí han sido dos cosas. Una, tener como modelo a Jesús, o sea, tener cercana la vida de Jesús en mi vida. Y eso me lleva a ser cercano. Yo creo que la cercanía con la gente, sobre todo la cercanía con las personas empobrecidas, ha sido lo que a mí más me ha llenado el corazón. Yo creo que ha sido el hilo conductor de mi vida como jesuita de estos últimos años. Y es también lo que me sigue impulsando y llenando el corazón, lo que me sigue moviendo para querer ser jesuita. Es eso, el desear ser cercano a la gente, sobre todo a las personas que sufren, a las personas empobrecidas. Pues al modo de Jesús. Para mí eso es, pues, importante.


¿Cómo los estudios te han ayudado a servir a los empobrecidos?


Para amar a las personas hay que estar dispuesto también a hacer algo por ellas. O sea, el amor y el servicio son partes de una misma realidad, yo creo. Entonces, los estudios a mí me han ayudado a no solo estar cercano, sino también aportar con algo. De alguna manera, pues sé que al ser jesuita no puedo ser un médico como alguien que se dedica 100% a la medicina, pero sé que puedo aportar algo más como jesuita y sé que puedo acompañar temas de salud, y ser intermediario entre las personas y los servicios de salud. Sé que puedo aportar algo.


Y ahora se nos pide a los que queremos ser curas, pues estudiar la filosofía. Y ahí me ha gustado mucho el tema de la ética y creo que la ética de alguna manera permite abordar los problemas que nos atañen a todos desde distintas dimensiones. Y creo que puedo dialogar con personas que no necesariamente comparten la misma fe que yo tengo, ni que son creyentes ni nada, pero podemos dialogar.


Hay jesuitas, hermanos, que no están obligados a estudiar filosofía, que estudian otras carreras que aportan. Yo creo que desde ahí pueden servir mejor, ¿no? Y yo creo que eso también es parte de lo que más me gusta del ser jesuita. Que uno puede aportar lo que uno tiene y lo que uno es. No es más allá de sólo acompañar a las personas, puede aportar cosas también.


Cuéntame un poquito de tu experiencia en la Sierra Tarahumara. ¿Qué aprendiste de los rarámuris? ¿Te contaron de Javier y de Joaquín, cómo eran ellos? ¿Qué impacto tiene su vida en su vocación? ¿A qué te inspira?


Bueno, yo empiezo mi vida de jesuita con una dificultad porque de novicio diagnosticaron cáncer de colon a mi mamá y mi mamá fallece hace un año. Entonces el 15 de mayo fallece mi mamá y me enfrento a un duelo como el que nunca he vivido. Entonces, de alguna manera, la vocación y los deseos de servir y de estar cercano, etc., como que se entremezclan con el duelo y la tristeza.


Y luego viene el asesinato de Javier y de Joaquín. Para mí, enterarme de esa noticia, fue como una especie de llamado para levantarme, simbólicamente. En mi caso concreto, levantarme significó pedir ayuda. Después de la muerte de Javier y Joaquín me animé a ir a terapia. Me animé a poner medios para poder lidiar con el duelo, para poder lidiar con lo que estaba pasando, para poderme cuidar y así yo poder también servir a los demás.


Entonces, ir también a la Tarahumara, a donde estuvieron Javier y Joaquín, para mí fue muy importante, porque palpé también la cercanía que tuvieron ellos con la gente, la manera en la que los recuerdan. Ahí me impulsó mucho como para decir: vale, vale la pena seguir caminando, vale la pena seguir trabajando lo que uno tiene, vale la pena levantarse temprano en las mañanas, vale la pena estudiar, etc. O sea, para mí fue un llamado a levantarme de donde estaba, a seguir caminando aún a pesar de las dificultades que vivo, o que uno va viviendo, ¿no?


Ya reconociendo este camino, ¿qué le dirías a tu yo que tenía miedo de salir de Monterrey?


Pues a ese muchacho yo le diría que confíe en su corazón, que Dios no lo deja solo, aunque uno se sienta muy solo y aunque uno pase por dificultades, pues Dios no abandona y Dios no abandona de maneras muy concretas: siempre hay alguien, amistades, algún familiar que sale al quite… y en los momentos más difíciles eso no se ve. Pero después uno voltea hacia atrás y dice pues ahí estuvo Dios a través de mucha gente. Entonces eso, pues a ese muchacho que tuvo miedo le diría que confíe en su corazón, que Dios no lo va a dejar solo y que se anime. Que se atreva a seguir a Jesús, a soltar, porque Dios no lo va a dejar caer.


¿A un chavo que tiene su propia historia, miedos, dudas, pero que está pensando en entrar a la compañía, qué consejo le darías?


Pues yo le diría que busque, qué es lo que más le llena el corazón. Y eso, eso ya está. O sea, no es algo que va a venir. Hay algo que ya nos llena actualmente. Hay algo que ya le invertimos tiempo a eso, hay cosas que ya están ahí, en el corazón. Entonces nada más es cuestión de ver cuáles son, de atenderlas, de ver hacia dónde apuntan y seguir caminando por ahí.


Y si de pronto hay miedos que se ponen en el camino, pues confiar, es confiar y confiar en que eso que le llena el corazón, pues seguirá estando presente. Quizás cambien las maneras, pero ahí va a estar.


¿Para ti quién es Jesús?

Para mí, Jesús es aquel Dios que se hace cercano y que se hace presente aún en los momentos más difíciles o dolorosos.


¿Qué es ser jesuita en una palabra?

Para mí ser jesuita es saber ser cercano al modo de Jesús.


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