¿Qué une
a los jesuitas?
Si conoces a los jesuitas, será muy evidente que son muy distintos entre sí. Hay extrovertidos e introvertidos; cantarines y reflexivos; bromistas y serios; tradicionales y liberales; unos le van al América y otros a las Chivas; unos extra ordenados y otros desorganizados sin remedio. Evidentemente, como podría ocurrir en una casa grande, unos son grandes amigos y otros solo corteses entre sí.
No obstante, los jesuitas se reconocen, se comprenden y se sienten unidos. ¿Qué es lo que los une?
Esta página es una adaptación de las palabras de José María Rodríguez Olaizola, S.J., en el libro En Compañía de Jesús.
Nos une la certeza de que Dios quiere algo para la vida de cada uno
Dios nos ha creado a cada uno y tiene para cada uno un camino. La espiritualidad ignaciana parte de intuir que hay cosas que responden más a la voluntad de Dios y decidir buscarlo. Esto se concreta, primero, en encontrar la propia vocación, y también en lo colectivo: ¿qué hacer en determinadas circunstancias? ¿Dónde trabajar? ¿Cómo hacerlo?
Dios quiere el bien del ser humano, tan sencillo como eso; la dignidad de las personas, que podamos desarrollar nuestras capacidades y talentos, amar, reír, crecer y creer. Cada uno deberá encontrar su propio camino para vivir una vida plena.
Nos une el querer
aprender de Jesús
¿Qué resaltamos los jesuitas de Jesús? Creemos en un Jesús muy consciente de tener una misión, un anuncio, una buena noticia para la gente. Además, un Jesús que pasó por este mundo siendo pobre y humilde. Por último un Jesús capaz de llegar hasta el extremo (incluso muerte de Cruz).
Los jesuitas miramos las escenas del Evangelio, escuchamos las palabras dichas hace mucho tiempo pero que siguen siendo válidas y poderosas hoy; nos dejamos interpelar por los gestos de ternura, sanación, acogida de un Jesús que rompe todos los esquemas de su época.
Nos une el saber que
el mundo nuestra casa
Si de verdad creemos que Dios quiere lo mejor para el mundo, y que en Jesús encontramos una manera de vivir, es inevitable pensar en él. Hay tragedia y alegría, guerra y paz, hambre y saciedad. Hay gente a la que todo le sonríe, y otras personas que se diría que han nacido para sufrir. ¿Por qué lo permite Dios? No tenemos una respuesta definitiva.
Los jesuitas miran al mundo herido y creen que es importante trabajar en él por la fe y la justicia, como dos pilares de una realidad; también dicen que esto ha de hacerse, de manera especial, en las fronteras de nuestro mundo (geográficas, culturales, sociales, económicas).
Nos une el
sabernos pecadores
La espiritualidad ignaciana te enseña a conocerte bien, detectar tus propias ambigüedades, a estar en guardia contra esas dinámicas tramposas que son espejismos y te llevan a desear lo que no merece la pena; mirarte a ti mismo y a buscar ser mejor persona.
Ahora, tener que esperar a cambiarte mucho a ti mismo para poder hacer algo con sentido, tal vez convenga que te sientes, porque la espera va a ser larga. Hay que aceptar nuestros pies de barro, la fragilidad propia, reírse un poco de uno mismo, y, a pese de todo, ponerse manos a la obra para mejorar el mundo.
Nos une nuestro amor
por la Iglesia
Ya en tiempos de San Ignacio la Iglesia tenía sus buenas dosis de calamidad. Papas humanistas que a veces parecían soldados, ambiciones y corruptelas internas, desatención pastoral… de hecho aquellos fueron tiempos de reformas externas (todo el mundo protestante) e internas (la Contrareforma católica). Los jesuitas no eran ciegos a esto, y en muchas de las reformas internas tuvieron una palabra significativa.
Pero, con todo, desde su misma fundación estaban convencidos de que había que trabajar desde dentro, seguros de que la iglesia es un espacio desde donde se puede anunciar el Evangelio. Entonces y hoy.
Nos une el llamado de hacerlo todo por amor
El amor, desde la fe, es el sentimiento más hondo y la realidad más profunda, porque creemos que es lo que mejor define a Dios (que no es primero juez ni maestro, principio ni motor, pastor ni Señor, sino, sobre todo, amor).
El amor es la roca sobre la que se levanta todo el edificio de la espiritualidad ignaciana. Es la convicción de que el amor, tal y como lo aprendemos de Dios, es el mejor motor para la vida.
Si los jesuitas no hacen algo por amor, entonces han fracasado. Pero si aman, todo está a su alcance.
“Nada puede importar más que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse de Él de una manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamores atrapa tu imaginación, y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama cada mañana, qué haces con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón, y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! Todo será de otra manera”
Pedro Arrupe, S.J.