Siempre debiéramos recordar nuestra vida con gran gratitud para con Dios, que nos acompaña con un amor muy grande y tan fiel que no cambia a pesar de nuestras fallas. Sin embargo, es más difícil reconocer ese amor cuando la vida está llena de contratiempos, desgracias y muertes. Mi vida está llena de cosas muy positivas y por eso me es muy fácil hablar de gratitud.
Dios, porque siempre es Él quien tiene la iniciativa, quiso que me bautizara el padre Rafael Cano, sj, amigo de mis papás. Desde mis primeros años tuve gran estima por la Compañía de Jesús, comencé la primaria con los hermanos maristas que me infundieron un gran amor a la Virgen María, pero la terminé con los jesuitas del Instituto Oriente de Puebla, y muy cercano a los padres de la iglesia de la Compañía. El ejemplo del fervor apostólico, humano y sacrificado, y la organización, sabiduría y trato cordial me dejaron el deseo de imitarlos. En esa época me motivaba mucho el trabajar por Jesús para salvar almas.
¡Cómo es bueno Dios! Encendía en mí el deseo de hacer algo por Él y no valoraba lo que significaba el sacrificio y lágrimas de mis padres, sobre todo de mi madre, por la separación; sin embargo siempre me apoyaron. El padre Escalante supo acrecentar en la casa de la Escuela Apostólica, el número de alumnos, en un ambiente de alegría, de estudio, de compañerismo y de espiritualidad deseosa de entregarse a la misión de Jesús en su Compañía. Recuerdo esos tres años como una base muy importante de mi vida. La secundaria con los buenos profesores jesuitas y laicos me hicieron interesarme por los conocimientos científicos, el álgebra, la historia, la literatura, la música clásica.
Me despertaron los deseos de conocimientos. Imposible evocar a todos los grandes maestros de entonces. De pronto recuerdo a los maestrillos Salvador Álvarez, Luis Hernández Prieto, Manuel de la Torre, y de los seglares Sodi Pallares y Ubaldo Vargas. En ese tiempo había una rivalidad entre los alumnos de bachillerato y los de la Escuela
Apostólica. Todo me ayudó a no encerrarme, a abrirme a horizontes más amplios. Mi formación en la Compañía fue anterior al Concilio Vaticano II. Hay recuerdos muy agradables y limitaciones superadas por el postconcilio.
Sentí una gran alegría al ser admitido y más al llegar a San Cayetano al Noviciado; en su momento fuimos 81 novicios.
Lo principal que aprendí fue a amar a Jesús, sobre todo en el mes de Ejercicios Espirituales. El padre Del Valle desbordaba devoción, responsabilidad, firmeza y un gran corazón.
Fue un gran artista, compositor de la música de Himno de la Compañía e inspirador de la capilla de San Cayetano y del Cristo de madera de San Ángel, que actualmente se encuentra en la iglesia de la Resurrección de la colonia Ajusco, al sur de la Ciudad de México. La formación durante el Noviciado me enseñó a tomar con amor muchas cosas de suvo dificiles. El día de los votos fue especialmente feliz, completado con la visita de la familia.
La siquiente etapa era especialmente el estudio.
Casi todo el día se pasaba o en clases o en estudio. Tuve profesores muy valiosos como lo padres Acévez; Xavier Gómez Robledo, gran latinista y poeta; Olmedo, gran historiador; José Vergara gran mariólogo y muchos otros. Ellos, entre otros, me dieron una formación clásica greco-romana. Teníamos que hablar en latín entre los estudiantes, y las clases también eran en esa lengua. Leíamos a Virgilio, Horacio, Cicerón, Demóstenes, Platón en sus lenguas originales. Se nos formaba para escribir correctamente y hablar en público con la oratoria.
Un año de ciencias en San Ángel nos hacía avanzar en capacidad científica, y los tres años de filosofía nos permitían recorrer toda una serie de tesis con sus adversarios por el mundo del pensamiento.
También nos asomábaros un poco a los escritos de autores modernos. El Magisterio era una época importante. Fui a dar clases al Instituto Oriente, de Puebla.
El tiempo me ha hecho reflexionar que es más valioso el trato humano de amistad que el de exigir demasiada disciplina. Esta etapa ayuda mucho a desenvolverse tal como uno es, a descubrir las cualidades personales, las limitaciones y a saber afrontar momentos críticos. Allí estaban los padres Oscos (como rector), Guinea y Cervantes.
El trato con los alumnos, sus papás y la ciudad me dio mucho contacto con la realidad de nuestro mundo.
Cuatro años otra vez en San Ángel. Allí me enriqueció el compartir experiencias y maneras de ver las cosas con compañeros, con una amistad muy grande. La Teología fue preparando a afrontar el sacerdocio con verdadera ilusión.
La ordenación deió una huella muy honda no sólo tantos detalles bellos y las celebraciones subsiguientes sino principalmente por la acción del Espíritu. San Ignacio prevé que al final de la formación es indispensable volver a renovar el espíritu y a reflexionar lo que se ha avanzado en lo que llamamos la Tercera Probación. A mí me tocó ir a Murcia, España. Me fui con el padre Olmedo que iba precisamente al Concilio como teólogo asesor, especialmente como puente entre los avances de los teólogos franceses y alemanes y los pastores latinoamericanos.
Hubo después muchos cambios no sólo externos sino de cosmovisiones que el Espíritu fue provocando.Hubo serias crisis en la Iglesia y en la Compañía; muchas salidas de la Compañía, pero ésta ha demostrado su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos, no pasivamente sino con una fidelidad creativa. Ciertamente la Compañía ha disminuido su número de personal y de vocaciones, pero está siempre abierta a los nuevos cambios y a buscar siempre el magis de su apostolado. Ahora se prepara para revisar el momento actual en la 35a Congregación General que tendrá lugar el año próximo.
Estuve once años en la Iglesia de Puebla, donde nunca me cansé de admirar la belleza del templo, sobre todo de su cúpula, única en el mundo por estar sobre una base cuadrada. La sacristía fue lo único que lograron decorar los jesuitas antes de la extinción de la Orden; la perfecta marquetería de los cajones, su altar churrigueresco y la pintura de san Ignacio en la carroza, donde se le ve venciendo a los herejes. Allí tuve mucha comunicación con la gente piadosa de Puebla. Me tocó heredar del padre Gutiérrez Olvera su convicción de que la gente no fuera sólo a misa, sino que encontraran algo más. Eran impresionantes las cantidades de niños pobres que, cada jueves, recorrían las calles para no faltar. El padre Zamudio le dio otro impulso: conmovió a la ciudad con los artículos en El Sol de Puebla y con sus festivales de la Reina con lo más distinguido de la sociedad. Así pudo construir una primaria que todavía perdura y talleres de carpintería, embobinado de motores, electrónica, gobelinos, alfombras de lana y una granja que capacitara a los campesinos en varias destrezas rurales y especialmente los gallineros.
En la educación hay momentos monótonos, preocupaciones y también grandes satisfacciones, como cuando logramos que entraran a trabajar a la Volkswagen y a Hylsa de México unos alumnos ya formados. También que hubiera Telesecundaria, a pesar de la mala transmisión de aquellos años. Mucho me ayudó entonces la colaboración eficiente y abnegada de las madres del Divino Pastor. Así como la amistad y entrega al trabajo de varios coadjutores especialmente los hermanos Aarón, Anaya, Aguilar y otros más. También varios colaboradores seglares muy valiosos.
Mis últimos 31 años han sido en Celamex. Llegué porque Dios quiso, pues el padre Provincial me dijo que viniera a ver si podía ayudar al padre Arrubarrena, que iba a la Tercera Probación, pero al venir me dijo que no hacía falta mi ayuda.
Pero el superior, el padre Álvarez, oyó y me llamó y me dijo que me avisaría qué decidiría la comunidad; en unos días decidieron que me quedara. Primero ayudé a los padres Juan Vergara y Arrubarrena en unos trabajos de análisis de la realidad y retiros matrimoniales. El padre Álvarez me invitó al movimiento matrimonial que él estaba conociendo en Estados Unidos y un tempo estuvimos escribiendonos. Luego me encomendó el Director de Celamex, el hermano Serafin, dar clases de matemáticas en los talleres. Lo sucedió el entonces maestrillo Jesús Hernández Godínez y al irse éste, me tocó tomar la dirección de los talleres por 20 años. Coincidió con que la Secretaría de Educación Pública independizó las Secundarias Técnicas de los Centro de Capacitación. Al principio los papeles había que dejarlos en el suelo de las oficinas, porque como empezaban no tenían mobiliario. Con el terremoto del 85 tuvieron que mudarse. Las secretarias fueron aumentando y se multiplicaron los centros afiliados. Durante dos años trabajamos para lograr el reconocimiento de la SEP del taller de electrónica. Varios años se llenaron los salones al máximo. Me tocó dar los cursos de Relaciones Humanas en 11 grupos. Mi horario era de 9 a 14 y de 17 a 20 horas. Me gustaba mucho el contacto con alumnos que se interesaban por reflexionar en su fe. Un día vino un exalumno de electrónica que había entrado a la marina de Estados Unidos. Como ganó allá con su equipo un concurso de ahorro de electricidad en los barcos, vino a México encargado de organizar un desfile de la marina y nos visitó. Nos contó que de alumno no le gustaban las Relaciones Humanas, porque lo que él quería era aprender a reparar aparatos. Pero que en su estancia en el Norte, lo que había aprendido aquí de electrónica ya no le servía porque allá llevaban cursos muy avanzados, en cambio lo que aprendió aquí en los cursos de Relaciones Humanas le fue muy útil en su trato y actitudes con la gente.
Todo este tiempo he podido ir a una parroquia cercana a decir misa diaria y varias los sábados y domingos y a confesar enfermos que atienden algunos ministros de la Eucaristía. Es sumamente agradable sentir la comunicación con la gente, la amistad con algunos y, en general, el cariño con que todos saludan. Supongo que, con mi trabajo pastoral, a muchos los habré consolado en sus penas y deseos y a otros los habré orientado en sus vidas.
También tuve contacto con los deportistas. De varias formas tratamos de ayudarles repartiéndoles copias de la caricatura dominical del padre Serrano en la revista de Actualidad Litúrgica. Así nació un periodiquito semanal y la posibilidad de ofrecerles algunas pláticas. Terminábamos los talleres, y el deportivo seguía ofreciendo servicios hasta las 10 de la noche. Al final del año llenábamos un despacho de grandes y pesados trofeos.
Ahora mi vida ha cambiado, mi trabajo no es directo sino mi contacto es con el personal de Celamex. Y la representación legal que me pide muchas firmas y horas de oficina.
En vísperas de terminar, mi vida se llena de alegría y gratitud. Contaba que al principio me entusiasmaba hacer mucho por Jesús. Ahora caigo en la cuenta de que era El quien siempre ha hecho mucho por mí. Aun los cambios, que al principio desconciertan, después he constatado que es el amor de Dios, que siempre tiene mejores planes que los míos. Mi amor a la Compañía de Jesús ha crecido por todo lo que he recibido de ella a lo largo de mi vida, en lo humano y sobre todo en la visión trascendental de la vida, siempre abierta al magis de la espiritualidad ignaciana, capaz de readaptarse a los cambios de la sociedad en el mundo. Mi vida podía haberse desenvuelto como ingeniero civil y haberme casado con una de las muchachas que me gustaban y formar una familia pero, ciertamente, nunca hubiera logrado la satisfacción plena de ser jesuita en la Compañía de Jesús, amado tan delicadamente por un Dios misericordioso.
Soriano, S.J., J. L. (2007, agosto). Fidelidad Creativa. Jesuitas de México. Revista de la Compañía de Jesús. Toda una vida jesuita 2, 39.
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